IV
En el momento en que una persona cae en la red judicial, desde el primer funcionario que toma la causa, pasando por el periodista que publica la noticia y por cada organismo que deba involucrarse en el proceso, hasta llegar a los jueces que sentencian, se atribuyen el derecho de vulnerar toda garantía que proteja al individuo, arrastrando por el lodo la presunción de inocencia, confirmando que todo ciudadano es culpable hasta que se demuestre lo contrario y muchas veces, toda esperanza de hacerlo se desvanece.
La imagen sigue siendo la misma que aquella que hoy conocemos por las películas, donde se congregaban en la plaza pública para ver colgar, torturar, decapitar o quemar al acusado, vitoreando a los cuatro vientos el nombre de la justicia, pero guardando dentro de sí, la hipócrita cobardía de no encontrarse en los zapatos del imputado.
Cambiaron las modas y los escenarios, pero la intención sigue siendo la misma y el temor también.
Una vez que el fiscal formula su acusación, no importa si basándose en pruebas o no, ya no hay vuelta atrás. El único punto de vista que habrá a partir de ese momento será el suyo, en nombre de la defensa de la víctima. Desde ese momento comienza el sesgo del discernimiento y el libre análisis: policías, peritos de parte, abogados de defensa técnica, jueces, periodistas y luego la sociedad en general, entrarán en el ciego túnel que tanto conocen en el sistema legal, para señalar, etiquetar y linchar a todo nivel al acusado, que puede o no ser inocente, pero ya no habrá manera de saberlo.
El mentado túnel se irá cerrando cada vez más en torno a los personajes que participan en la causa, y entre todos, cada uno con un pequeño o gran soplido según corresponda a su investidura, avivarán el fuego que queme hasta las cenizas, al ser humano que está siendo juzgado.
En un intento mal llevado de corregir errores de otros tiempos, las víctimas han pasado de no tener voz ni voto, a ser totalmente incuestionables, lo que pone en peligro a cualquier ciudadano y al propio sistema de justicia en sí, ya que pierde su supuesta seriedad y respeto y se convierte en una mera cacería de brujas. A la vez, el doble discurso de los representantes del sistema judicial, deja de manifiesto que toda víctima lo es, mientras se ajuste al relato llevado por la fiscalía. Aún sin serlo, el sistema me etiquetó como víctima, pero como no me presté al juego de la mentira desde el comienzo de la causa que denuncio aquí, me vieron y trataron con sospecha, y utilizaron todo tipo de manipulación psicológica, para doblegar mi voluntad a sus intereses. No lo lograron.
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